Yo se que para algunos, los mezquinos, esos que andan
desesperados haciendo de la grilla su mejor virtud para seguir en la nomina o
recibir alguna prebenda o canonjía a partir del próximo primero de octubre,
estas líneas les permitirán verter opiniones muy congruentes con su condición
de homínidos o sus minusvalías intelectuales ya que emitirán juicios de
oportunismo de parte mía. Allá ellos y que
con su pan se lo coman y sus bazofias verbales les ingresen por el lugar que
les sirve de evacuación fisiológica.
Tu, donde sea que te encuentres y los tuyos, saben que no es
así, que lo único que me mueve a plasmar en el papel algunos de nuestros
encuentros afectivos es , precisamente, el buen afecto que nos unió y la
promesa que en varias ocasiones le hice a la Tía Carmen y testigos hay de
ello, de escribirte y compartir con los dos o tres lectores, mi forma de
visualizarte, por tu paso en este mundo pagano y terrenal, tan lleno de errores,
horrores, fracasos, defectos pero, también, de momentos de dicha, felicidad y
¿Por qué no? Placer.
Siendo muy niño, quizás dado el lejano parentesco o la
cercanía de nuestros domicilios, creció en mi párvula infancia, algo parecido a
la admiración hacia ti. La seguridad con la que te desenvolvías; lo atildado
que siempre te veías; la enjundia que le imprimías a todos los deportes que
practicabas y, desde luego, la empatía que sentías por mí. ¿Cómo olvidar la
primera ocasión en que asistí a un baile en el Casino del Carmen? yo de 12
años, tu de 22 y cuando ya la gran mayoría de
los asistentes estaban abrumados por los humos del alcohol y ante la falta de pericia
de ese personaje de la época apodado “el
sabancuyero”, quien apago la luz, generándose
campal botelliza liándose a golpes todos contra todos y tu, prudentemente me
resguardaste debajo de una mesa de madera y a lo tuyo, a tirar chingadazos a
diestra y siniestra.
Al prender la luz del inmueble, la pequeña pista parecía un
mar repleto de cristal, lo primero que hiciste fue verificar mi condición
física y, luego te percataste de que en los golpes, se te había salido de tu
dedo anular el costoso y significativo añillo de diamantes, herencia de tu
recién fallecido padre. Hasta la guarapeta se te bajo de inmediato y nos dimos
a la tarea de buscarlo, situación que parecía imposible toda vez que aquello
era como buscar una aguja en un pajar, sin embargo, lo encontré y brincos de
alegría diste al volver a colocarlo en su lugar y, pues, a seguirle en la barra
del Casino hasta que las primeros rayos del sol salieron.
Otra anécdota inolvidable, de las decenas que juntos vivimos,
fue aquel tour en los años 80 del siglo pasado en el Distrito Federal, en que
“didácticamente” me llevaste a conocer el “Champaña a go go”, el “Cartier”,
“King Kong” y uno que otro más “Centro Cultural” que escapan de mi memoria y
luego, a las salidas, a plena luz del día, tu, “toreando” carros con aquel
sombrero que te traje de Texas, en la glorieta del monumento a la Revolución.
Eran otros tiempos, mayor seguridad, menos delincuencia y de parte de nosotros,
mucho arrojo e imprudencia.
Fuiste hombre de amores y pasiones y no obstante la
diferencia de edad, al tanto estaba por tu conducto, de tus afectos, de tus
dichas y desdichas y fiel receptor fui de tus cuitas amorosas, casaste con el
amor de tu vida y de esa unión nacieron dos jóvenes que el día de hoy, en el
lugar donde te encuentres, orgulloso estarás de ellos al verlos convertidos en
sendos profesionistas, uno de médico y el otro de abogado.
El tiempo y la vida separo nuestros caminos y aunque tuvimos
pequeños desencuentros, ellos no mermaron el vinculo que siempre nos unió y con
los golpes que la vida, inmerecidamente te dio a ti y a los tuyos, tu corazón
pareció endurecerse, más, cuando querías, lograbas ser el tipo simpático,
generoso y ocurrente que siempre fuiste. En tus últimos años de vida te dio por
vestir de negro, no olvido cuando se hizo el ágape de despedida de parte de los
locatarios de la Calzada, cuando alguien te pregunto el por qué del color de tu
vestimenta, tu, serio y dubitativo le expresaste que era en señal de luto por
los tuyos idos.
La última ocasión en que te salude, salía con Mayra de algún
evento del Teatro Carmelita y te vi, en unión de tu hijo Hiram, nos saludamos
con cariño y recuerdo el consejo que le di a tu chavo: " no te cases hasta
después de los 40, tienes percha y aprovéchala” palabras más, palabras menos. La dolorosa noticia de tu inesperado deceso la recibí muy temprano y de
inmediato me trasladé a la funeraria, cosa que nunca hago, vi tu cuerpo inerte
en tu féretro y no pude contener las lágrimas
al ver tu rostro.
Guillo, gran tipo, que en paz descanse,y para tí, sigue en lo tuyo, saludos
ResponderEliminarexcelente anecdota chuchín con el buen guillo, descanse en paz!!! un tipo de guerra jamas vencido...
ResponderEliminarEdel