Los obispos católicos ostentan una representatividad de la que carecen. Proclaman que en ellos recae una amplia legitimidad porque, como la mayoría de la población mexicana se declara católica, entonces su voz, la de los clérigos, se hace escuchar para defender las convicciones e intereses de la feligresía que encabezan.
La verdad es otra muy diferente de la pretensión de
la cúpula clerical católica. En esencia los obispos, arzobispos y cardenales
son representantes del Papa en turno. Es así porque quien preside la Iglesia
católica los nombra directamente para el puesto. Sólo a él le deben fidelidad y
obediencia incondicional, por lo cual reciben la encomienda de aplicar la
doctrina y políticas eclesiásticas diseñadas desde Roma en la jurisdicción
diocesana para la que fueron nombrados única y exclusivamente por el Papa. Son
resultado del dedazo pontificio.
En los ultimos años se ha acentuado la tendencia en
la clase política, de todos los partidos políticos, a creerse el cuento de la
indisputada legitimidad representativa de la cúpula eclesiástica católica. De
ahí que traten de buscar cercanía mediática con esos representantes populares
de lujo. Hacen todo lo posible por facilitar a los clérigos infraestructura y
servicios oficiales, asisten presurosos a festejos y comilonas organizados por
los obispos, arzobispos y cardenales. Juegan con ellos ese deporte de élites
que es el golf. Todo sea por allegarse simpatías y bendiciones que los
políticos juzgan esenciales en temporadas electorales.
Los integrantes de la cúpula eclesiástica católica
son unos representantes muy peculiares. No rinden cuentas ni dan explicaciones
a sus representados. Como ya saben de antemano los sentires y convicciones de
ellos y ellas, no se molestan en consultarlos, y aunque los representados se
digan católicos, pero en su vida cotidiana se conduzcan a contrasentido de esa
confesión, de todas formas los altos clérigos los representan porque así lo afirman
ellos mismos. Y que nadie ose poner en cuestionamiento dicha afirmación, porque
estaría ipso facto en el más craso error.
En la CEM confunden la declaración de una
confesionalidad religiosa, la católica, por parte de poco más de 80 por ciento
de la población mexicana (ese porcentaje es el que se decanta después de hacer
una depuración de las cifras del Censo de 2010), con identificación irrestricta
de los mexicanos y mexicanas católicos con las posiciones institucionales y
éticas de la Iglesia católica romana. Lo verificable es lo contrario: de manera
creciente se abre la brecha entre las enseñanzas católicas y las prácticas de
la ciudadanía. La gente es católica a su manera; la gran mayoría no se preocupa
por cumplir las directrices de los clérigos, ni está ávida de recibir
instrucciones doctrinales para tomar decisiones cruciales para su vida.
Las presiones clericales –y no nada más de los
jerarcas católicos, sino también de dirigentes de otras confesiones religiosas–
por filtrar su agenda en cómo modelar la vida pública de los ciudadanos,
mediante leyes que buscan restringir derechos, están arreciando y van a ser
todavía más intensas en los meses electorales que se avecinan. Aunque la
ciudadanía está transitando a tiempos en que construye pluralmente sus
identidades y correspondientes tomas de decisiones, la visión clerical quiere
contener esos cambios y congelarnos en épocas corporativas, en las que bastaba
conocer la voluntad del dirigente para saber la naturaleza de la decisión
tomada.
Difícilmente los prelados católicos pueden dar
lecciones de representatividad, y menos de amplia legitimidad popular, cuando
su nombramiento es unipersonal y por la sola voluntad del obispo de Roma. Este
hecho tan nítido, que se busca nublar con sofismas disfrazados de lógica
irrebatible, debemos tenerlo bien presente cuando se busca suplantar la
voluntad ciudadana.
Maese, recuerda que la religión es el opio de los pueblos.
ResponderEliminarEs correcto. Si no hubiera religion, los pobres ya hubieran matado a los ricos. Saludos Sensei
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