En México recordamos el
movimiento del 68 por su saldo rojo, especialmente por el 2 de octubre, que fue
la culminación del autoritarismo del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Grave, por
eso no se olvida y no lo olvidaremos, como tampoco el 10 de junio de 1971 y
otros asesinatos masivos, ni la impericia policiaca en relación con las muertes
de mujeres en Ciudad Juárez. Pero hay otros aspectos de aquel movimiento que
debieran rescatarse, sobre todo para el conocimiento (conciencia) de los
jóvenes de hoy. Se trata de aspectos que yo calificaría de positivos. El
principal, pienso, el antiautoritarismo.
El autoritarismo que se
combatió en el 68 en distintos países no sólo fue el clásico, de derecha, que
se expresaba en formas extremas como el fascismo o las dictaduras tradicionales
tanto en Europa como en América Latina, sino también el que estaba representado
por la burocracia soviética y por los gobernantes de los países satélites de la
URSS. Aquel movimiento fue la expresión en contra de regímenes políticos que se
presentaban como dictaduras y, en ocasiones, como dictaduras totalitarias en
las que la oposición era inhibida, cuando no perseguida y sentenciada a cárcel
o muerte. Contra ese autoritarismo se demandaba democracia y más posibilidades
de participación de la sociedad en los asuntos de su incumbencia, tanto de la
vida cotidiana como de la política.
Más allá de los regímenes
políticos, el autoritarismo era visto como la exigencia de obediencia a los
superiores, es decir, a quienes "naturalmente" ocupaban las mayores
jerarquías en la familia, la escuela, la empresa, el partido o el sindicato, el
gobierno mismo. En esa misma lógica se combatieron las ideologías que negaban
la igualdad de los seres humanos, que justificaban la discriminación por raza,
religión, clase social, género, uso del lenguaje y otros símbolos, como el
atuendo personal y los gustos artísticos.
Los movimientos de los
jóvenes, entonces, fueron contra todo tipo de dominación, especialmente por
medios coercitivos, pues se presumía, con razón teórica e histórica, que la
dominación generaba desigualdades políticas, sociales, económicas y culturales.
La palabra consenso, en lugar de aceptación y obediencia, cobró forma y
expresión: se convirtió en un motivo de lucha, asociado a la democracia, y se entendía
por ésta la principal oposición a cualquier forma de autoritarismo y
dominación, una conquista a lograr.
Los gobiernos entendieron
el mensaje del 68, particularmente los de los países más desarrollados. El
mexicano no entendió nada. Sus ideólogos pensaron que dándoles el voto a los
jóvenes de 18 años, estuvieran casados o solteros, sería suficiente. El
resultado fue que los jóvenes radicalizados por la represión de que fueron
objeto se marginaron de las instituciones e intentaron otras formas de protesta,
voluntaristas si se quiere, pero comprensibles ante la incapacidad del sistema
para flexibilizarse en términos reales. Los movimientos guerrilleros
reaparecieron. La represión aumentó, incluso ilegal, como fue la Brigada Blanca, consentida por el gobierno de López
Portillo. En América Latina se generalizaron las dictaduras militares, por
iniciativa del gobierno de Washington y de las oligarquías locales. Había que
terminar de una vez por todas -creían- con los movimientos radicales de
izquierda, con la subversión y con el sentimiento antiestadunidense. Luego
vendría la democracia, ya sin guerrilleros.
Se inventó entonces la
democracia, no la que exigían los jóvenes del 68, sino una democracia formal,
consistente en pluripartidismos, alternancia en el poder, efectividad del
sufragio y otras medidas semejantes. Los teóricos de la transición a la
democracia (sin adjetivos) se volvieron los nuevos ideólogos de la nueva
derecha, y por iniciativa de Estados Unidos, con la complicidad del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial, se generalizaron los gobiernos
formalmente no autoritarios. Ahora la democracia (formal) es instrumento de
dominación y hasta justificación para que la potencia imperial y sus aliados
invadan a otros países, "para imponerla".
Los movimientos de hace
45 años cambiaron muchas cosas, de eso no cabe duda, pero los grandes poderes
de los grandes países, seguidos de sus socios menores en los países
subdesarrollados, expropiaron aquellas ideas para convertirlas en nuevas formas
de dominación, ahora aparentemente democrática. La democracia formal se amplió,
ciertamente, pero con ella también las desigualdades sociales y la pobreza.
El mejor homenaje a los
mártires del 68 sería dar a la democracia de los poderosos un nuevo contenido,
un contenido social que nunca debió perder.
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