Uno de
los conceptos morales que más auge ha tenido en los últimos lustros,
principalmente alrededor de algunos movimientos sociales, como el feminista,
indígena, ecologista o de diversidad sexual, es el de tolerancia. La
tolerancia se ha explicado como la actitud de respeto a lo que es diferente, a
lo que no es como uno, a lo que constituye al otro.
Sin meterme en las muchas deficiencias que el
concepto tiene, es importante señalar que, como en muchos otros casos, el
Estado y las esferas neoliberales del poder se lo han apropiado y transformado
en algo que implica el deber de soportar cualquier expresión de autoritarismo.
Esgrimiendo argumentos relativistas y posmodernos, ataca la disidencia
pretendiendo que las diferencias entre personas o grupos son circunstanciales,
no obedecen a criterios de verdad ni a principios éticos. En consecuencia, no
habría ningún parámetro para juzgar como más verdadero o moralmente aceptable a
ninguna proposición o punto de vista. Hay que ser tolerantes frente a todo.
Esto se expresa con claridad en ciertos
planteamientos sobre las relaciones entre ciencia y religión que afirman que,
siendo un derecho de las personas creer en lo que quieran, no existe una forma
de conocer el mundo que sea superior a otra. O, como se plantea de
manera más suavizada desde el agnosticismo: la ciencia y la religión son
esferas separadas, y dado que la existencia de Dios no puede ser probada, éste
no es un problema en el que la ciencia se deba meter. No es su esfera de
acción. Cada quien puede desarrollar su manera de pensar independientemente. A
partir de posiciones como ésta, se justificaría una posición de tolerancia
entre religión y ciencia, incluso de complementariedad entre una y otra. La
religión se ocupa de los aspectos espirituales del humano, la ciencia, de los
materiales. Tanto unos como otros son imprescindibles para la vida humana.
Sin embargo, ambas posiciones evitan poner el dedo
en la llaga. En primer lugar se parte de una confusión entre lo que es
espiritual o místico y lo religioso. Todo lo religioso es místico, pero no todo
lo místico tiene que adoptar la forma de una religión ni lo religioso tiene que
expresarse como las religiones que ha habido o hay. En segundo lugar, evaden
pronunciarse sobre los contenidos específicos de las creencias religiosas y
sobre las instituciones y formas de ejercicio del poder provenientes de la
religión.
Además, estos puntos de vista ignoran algo
fundamental: que una de las características de la ciencia es que puede
determinar verdades, que puede al menos señalar los probables caminos en
dirección a la verdad, que puede corregir errores y mostrar falsedades. Así, la
ciencia es capaz de abordar muchos de los fundamentos de las religiones o
muchas de las creencias en que se basan y mostrar su falsedad. Se puede
mostrar, con criterios y métodos científicos, que la Tierra no es plana, ni
está sostenida sobre las espaldas de un par de elefantes parados sobre un par
de tortugas nadando en un gran mar; se puede mostrar científicamente que las
personas que mueren no resurgen, que el agua no se puede convertir en vino, que
no hay nirvana, ni infierno, ni cielo. Para acabar pronto, se puede mostrar,
racional y científicamente, la incoherencia e insostenibilidad de todos los
argumentos esgrimidos a favor de la existencia de Dios, como lo demuestra el
filósofo estadunidense John Allen Paulos (Elogio de la irreligión, Ed.
Tusquets, 2009).
Desde hace unos cuatro siglos que la ciencia y la
filosofía han venido dando salida satisfactoria a muchas de las dudas
existenciales y problemas que fueron la fuente del surgimiento de las
religiones, allá en la antigüedad, cuando el conocimiento racional del mundo
era muy pobre aún. Copérnico, Kepler, Galileo, Darwin, Marx, Nietzche, Freud,
Bertrand Russell, Oparin, Newton, etcétera, dieron explicaciones que echaron
por tierra las creencias religiosas. Llegaron a conclusiones con un valor de
verdad incomparablemente más alto que el de estas últimas. Produjeron una
cantidad de conocimiento nuevo sobre el universo con el cual la religión no
puede ni podrá rivalizar.
La ciencia y la razón no son ninguna panacea, el
culto desmedido a éstas ha resultado nocivo para la civilización contemporánea,
pero eso no puede soslayar los logros científicos. Uno de los más importantes
es haber desmentido toda una mitología basada en mentiras que ha sido explotada
por la religión. Esta última nunca ha mostrado la más mínima tolerancia hacia
las expresiones distintas a ella. Siendo así y estando constituida en buena
parte por mentiras, ¿por qué querer situarla en el mismo nivel que la ciencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario