La primera vez que lo
vi, sería, cualquier día del verano del ya lejano 1989. Desayunaba en compañía
de personas que mi memoria no grabó pero fue en el local que se llamaba “el
chelo” franco, en clara alusión a su propietario, en la ya desaparecida calzada
“Juan B. Caldera”, misma que se encontraba a un costado de la parroquia del
Carmen. Era de mañana, el desayunaba y llegamos a su mesa Jesús Rodríguez Plasencia
y un servidor. Mi tocayo fue el conducto para la presentación y ahí inicio una
relación que espiritualmente nunca concluirá pero que físicamente ya no pudo
continuar al desligarse de este mundo un 11 de noviembre del 2009. Desde el
primer contacto hubo química en ambos, su agilidad mental, su humor sarcástico,
su fina ironía pero sobre todo, su
mirada franca y sincera, hicieron que naciera la empatía con Armando Ceballos y
Borjas.
Eran mis días
estudiantiles en la facultad de derecho e iniciaba a laborar como mensajero, chofer,
fotógrafo, camarógrafo, lector de boletines en la radio, etcétera en la coordinación de comunicación
social del gobierno municipal que presidia, dignamente, don Luis Roberto Silva Pérez,
quien el don, para un servidor, lo tiene bien ganado por diversas razones que
en esta columna, ahora, no vienen al caso.
Chucho Plasencia, como
le decían al Lic. Jesús Rodríguez Plasencia fungía como coordinador del área de
prensa. Ahí tuve la fortuna de conocer y apreciar a personas como Martin Rivero
Padilla, profesor de instrucción primaria de oficio pero periodista y de los
buenos, de corazón; al inolvidable periodista gráfico, Carlitos Benedette, cuyo acervo fotográfico sería
bueno rescatarlo o cuando menos saber en manos de quien quedó; también colaboraba
ya desde ese entonces en el gobierno municipal, el hoy líder sindical, el
siempre gentil Gustavo Arana y, no podría omitir a una persona cuya amistad y
afecto se fue acrecentando con el paso de los años hasta hacerlo
inquebrantable , me refiero a la
licenciada en pedagogía Mayté Pérez Rodríguez, quien mas que una eficiente,
eficaz y discreta secretaria, fue nuestra amiga, confidente y solidaria
compañera de trabajo. Un gran ser humano.
Creo no omitir ningún
nombre y si es así, comprensible es y ofrezco una disculpa por mi omisión. A
estos nombres se fueron agregando el de David Sosa Morales, Doriliam Martínez Montejo
hasta que despertamos la suspicacia de la oficialía mayor, ente que se
encargaba de la contratación y, además, ya generábamos desconfianzas y resquemores
a más de uno de los cercanos colaboradores del presidente municipal, quien,
creo suponer al paso de los años, veía mas con simpatía a nuestra oficina que
con difidencia.
Armando Ceballos se unió
al grupo y no obstante que fungía como editor del entonces periódico oficial “el
nacional” , hoy ya desaparecido, su aportación al trabajo diario en la coordinación era necesario, sobre todo,
que Don Luis Roberto, tuvo demasiado fuego amigo durante su administración
municipal aunado al “pecado” de ser de cuna humilde. Lo cual, los apellidos de
“abolengo” y grupos económico-políticos de patio no le perdonaron.
Con el paso del tiempo,
nació amistad con Armando. Juntos compartimos innumerables y hasta innombrables
momentos que permanecerán siempre en mi memoria. Recorrimos juntos en más de
una ocasión todas las comunidades del municipio, tomando en consideración que Candelaria
y Escárcega formaban parte de la geografía carmelita o carmense, como siempre
se aferraba Martin Rivero a señalar al municipio en los boletines, Armando
entraba al quite y ceremonioso decía: “Jesús, como dice Martin es lo correcto
pero como tú lo señalas, también”, lo cual provocaba la hilaridad de los
presentes y concluíamos, “como dijo Echeverría, ni nos beneficia ni nos perjudica
sino todo lo contrario”, y le poníamos como quisiéramos en ese instante.
Durante esos años, Armando
y un servidor nos llegamos a conocer tan bien que bastaba una mirada para
entender la señal o captar la intención. En las 1385 veces (cifra exacta y notariada)
que le rendimos culto al dios Baco,
nuestras diferencias fueron menores que nuestras coincidencias, lo mismo
ocurrió a lo largo de nuestra amistad. Ambos de carácter más visceral que
flemático hacía obvio dicha situación que lejos de debilitar, fortaleció
nuestros vínculos afectivos. Sin embargo, también sentí en él cierta
admiración, sobre todo, por sus conocimientos de literatura. El me obsequió,
entre muchos libros, la biografía de José Fouché de Stefan Swang; el hombre
mediocre de José Ingenieros; el lobo estepario, cuyo autor es Herman Hesse, pero
que me decía, se identificaba mucho con la obra. Coincidí con él.
En enero del año 1992,
al ser designado como coordinador de comunicación social, tuve la oportunidad
de proponerlo como sub coordinador y aunque el no quería ya que su apetito
intelectual estaba más en los archivos que en las burocráticas oficinas, aún
así fue fundamental su trabajo y experiencia para la también titánica labor de
jefe de prensa del gobierno municipal que presidio José Jaber Rafful, titánica,
pero por razones muy distintas a la anterior. Razones que me reservo por
obviedad.
El nunca abandonó su
vocación de historiador, ensayista, poeta y literato; pegado a la máquina de
escribir, (de las antiguas ya que en aquel entonces no se contaba con
computadoras y mucho menos con el internet, la modesta Olivetti y cuando más,
un fax compartido para enviar la información generada a los medios de
comunicación) y fumando incansablemente, Armando, disfrutaba, a su manera, la
vida intensamente. El café bien cargado y la plática, a veces, las pocas, con
tintes filosóficos, las más con tintes de antropología cultural, es decir, en
el chismorreo que tanto placer da, sobre todo, cuando son de cuestiones ajenas.
¿Cómo olvidar las
tertulias con el inmortal Lorenzo Octubre Macgregor y Héctor Vargas Mendoza,
entre otros, ya fuera en la cabina de la
radio, en la redacción de crónica, en algún lujoso restaurante o en algún
tugurio de mala muerte? Donde
degustamos desde un ostentoso coñac X O, envasado en cristal de vacará, hasta
la mas modesta cerveza al tiempo y amarga. Que tiempos aquellos, parafraseando
al poeta Pablo Neruda, “nosotros los de entonces, ya no somos los de ahora”.
En sus últimos días de
vida, en una ocasión que lo tuvieron que hospitalizar de emergencia debido a
una de sus tantas dolencias tuve oportunidad de manifestarle mis sentimientos
por él, dicho de hombre a hombre, él me contestó casi lo mismo y al salir de la
habitación donde se encontraba, me dolió el presentimiento de su muerte, las lágrimas
fueron inevitables, mismas que en su última morada se mantuvieron anudadas en
la garganta.
Una tarde como hoy, once
de noviembre, de hace un año, por algún motivo que aun me desconcierta, ore en
silencio el padre nuestro, algo que pocas veces he hecho en mi vida. A los diez
con quince minutos timbró mi celular, era la voz de la amiga periodista Karla Astudillo
notificándome su sensible deceso. Armando acababa de fallecer. De inmediato me
dirigí a las instalaciones del ministerio público, encontrándome con Karlita y
con Héctor Vargas quien tuvo la puntada de sugerirme marcarle a Armando a su
teléfono, negándome de inmediato, lo que generó tiempo después, la anécdota que
no le quise marcar por temor a que me contestara. Humor fúnebre, típico de los
tres.
Armando Ceballos y
Borjas fue un hombre que dejó huella perene en la tierra, como ser humano, su
orgullo fueron sus hijos: Mariana, Liliana y Armando, a quienes dedico éstas
sencillas pero sentidas líneas; en su pasión, la literatura, escribió una vasta
obra, algunas ya publicadas y otras aún se conservan inéditas, ojalá alguna
institución educativa, filantrópica o cultural se de a la tarea de editarlas y
publicarlas, valen la pena. Y como lo dijo el poeta del rock folclórico
mexicano, Alex Lora, “las piedras rodando se encuentran, y tú y yo algún día
nos habremos de encontrar…” Hasta siempre Armando… Hasta siempre brother…
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