Desde los lejanos días de la infancia
la recuerdo como una mujer trabajadora, siempre de buen humor, abnegada a su
religión y con un inconmensurable amor por sus hijos: Manuel Antonio, Wilberth
José y Mario Ernesto, sentimiento que ellos en todo momento, lo puedo afirmar,
le hicieron reciproco con creces.
Su domicilio, situado en la calle 37,
casi esquina con 26 A, lo tengo presente en mi memoria como fotografía; un
lugar en donde se respiraba, además de aromáticos olores de la fina gastronomía
que le distinguió al grado de editar 3 libros que son indispensables en todo
hogar Carmelita, también se percibía una paz y tranquilidad sin comparación,
además que siempre resaltaba lo atildado y la pulcritud de todos los rincones
de su hogar, porque eso fue su casa, un hogar en donde, ante el repentino
fallecimiento de su esposo, Don Manuel Diego Fernández Castilla, con una
envidiable abnegación se dedico a sacar adelante a sus tres hijos, procurando
en todo momento, inculcarles valores y un ejemplo de honestidad, tenacidad ,
esperanza y trabajo.
Doña conchita, como cariñosamente le
llamamos quienes le conocimos y tratamos, nació en Bolonchén de Rejón,
municipio de Hopelchén , un 28 de julio de hace algunos lejanos años. Llegó a
radicar a la isla del Carmen en el año de 1955 laborando durante casi dos
décadas en el Instituto Mexicano del Seguro Social, sitio en donde se desempeño
como maestra en cocina y repostería, independientemente que formó parte de
diversos organismos e Instituciones altruistas lo que la hizo merecedora a la
medalla” Ciudad del Carmen”, presea que otorga el Ayuntamiento al mérito
ciudadano a aquellos ciudadanos que por su contribución en los campos de la
ciencia, el arte y el altruismo, hayan destacado y dejado huella perenne y vaya que doña
Conchita lo logró.
Fue en el año de 1976, cuando al
concluir mis estudios primarios, mis padres me premiaron con un viaje al mundo
de Disney , en Orlando, Florida, procurando mi seguridad y la de mi hermano
Luis Javier , en manos de doña Conchita, quien durante varios veranos organizo
excursiones al mundo de los sueños de pequeños y adultos. La anécdota de esa
ocasión fue que en un parque temático, ya desaparecido, “Circus Worlds”, me
distraje comprando una Hamburguesa y de pánico fue mi sorpresa al percatarme
que el autobús que nos transportaba ya había arrancado y a la distancia lo vi
con rumbo a la carretera. Lo que aun me sorprende fue el valor y arrojo que
tuve a mi corta edad y paré un automóvil
de una familia canadiense, como pude les indique que mi madre iba en el bus y
después de varios kilómetros le dimos alcance. Menuda sorpresa se llevaron
todos, mi hermano, creyendo que iba sentado adelante y doña Conchita, pensando
que estaba en la parte trasera, que susto le pegue y cada vez que nos veíamos
me lo reprochaba con su mirada cargada de afecto, de esa clase de afecto que
nace del corazón y se queda ahí para siempre.
Al siguiente año, volví a ir en excursión
con ella, en esta ocasión, integrado por gente adulta y los únicos niños fuimos
Quique González, Julio Loría y un servidor, quien ya con la “experiencia” de
ser mi segundo viaje a Disney, nos despegábamos del grupo de los adultos y
recorríamos los parques de diversiones sin su vigilancia pero siempre atentos a
no incurrir en lo mismo del año pasado; recuerdo que Quique y yo hicimos una
terrible mancuerna en cuestiones de
travesuras propias de la edad aunque un poco precoces, tal cual fue siempre nuestro
carácter. Años de sueños, momentos imborrables y días inolvidables.
Con los años, crecimos, cada quien
todo el rumbo de su vida pero el cariño y respeto por Doña Conchita permaneció
hasta el ultimo día de su fructífera existencia; meses antes que se desligara
del mundo terrenal, en su hogar, a Enrique Iván y a quien esto escribe, en
unión de nuestras familias, nos invito a comer, esmerándose en todo momento por
atendernos, ante la reprobación de sus hijos y desde luego, de los convidados,
nosotros, quienes le pedíamos que se sentará a platicarnos anécdotas suyas y
nuestras de aquellos viajes, pasando una tarde inolvidable, siendo la última
ocasión en que tuve el honor de disfrutar de su compañía.
En enorme corazón de Doña Conchita Barbosa de
Fernández dejo de latir un funesto enero del año del 2006 desperdigando por su
paso terrenal amor, ternura, amistades que la quisieron y respetaron pero lo más importante: tres
hijos y nietos que hoy forman parte de nuestra sociedad, siendo personas de
bien, respetables y respetados y lo más importante, siguiendo el buen ejemplo
que su señora madre les dejo como mejor herencia. Descansa en paz Doña Conchita
Barbosa de Fernandez.
Asi es y fue una excelente Vecina tambien, respetuosa al igual que sus hijos.
ResponderEliminarhermosa dama!!! mi paciente en el laboratorio del Imss
ResponderEliminarHola, no me había percatado de este blog , muchas gracias al que redactó este gran texto . (Habla uno de sus nietos).
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