Nuestra historia está, por desgracia,
llena de riquezas inexplicables. De la noche a la mañana cualquier persona se adueña de una fortuna a cambio de
ciertas lealtades y “virtudes” para
quien, en su momento, se desapega de los
bienes materiales: dígase político, empresario, empleado de confianza, hasta
sacerdotes o que tenga alguna actividad ilegal. El trato es cuidar y potenciar
los recursos, nunca jamás explicarlos, y por supuesto, devolverlos, pasado el
cargo o los peligros, a su verdadero dueño.
El enriquecimiento inexplicable
siempre genera sospechas y bisbiseos y es que el terreno de los magnates que se
vuelven tales repentinamente, nada es claro, nada es diáfano, nada se sabe. Es
por ello que los mexicanos podemos aderezar cualquier cosa en el teléfono
descompuesto que, por desgracia, siempre lleva algo de razón.
Pero, ¿Cómo empezó todo? Dice el
rumor que durante la guerra cristera, en plena etapa posrevolucionaria, cuando
en la región del bajío cientos de hombres armados en nombre de dios se
levantaron contra el gobierno legalmente constituido, la reacción del régimen,
que no se hizo esperar, fue demasiado violenta y provoco, entre los miembros
del alto clero, el temor suficiente a
que sus bienes fueran confiscados. Dichos bienes, que supuestamente ya no
podían existir tras las leyes de la reforma, fueron puestos a nombre de
particulares, hombres y mujeres comunes pero adeptas a la religión católica
quienes de la noche a la mañana se volvieron inmensamente ricos.
De igual forma, durante el periodo de
la segunda guerra mundial, cuando se llego a pensar que el gobierno mexicano
podría participar en el conflicto bélico, muchas empresas de origen extranjero
transmitieron su propiedad a particulares. Resalta en este caso el nombre de
reconocido abogado de esos años, lisio lagos, quien al concluir el peligro
belicoso, el litigante devolvió lo que no era suyo, a cambio, claro, de una
comisión que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del país.
La política no podría estar extensa
de los prestanombres y es precisamente cuando la revolución se baja del caballo
y se convierte en gobierno, muchos militares utilizan a gente su entera
confianza, en su mayoría civiles, para poder ocultar los beneficios que les
otorga el “el tren de la revolución”. Esta práctica está vigente hasta la
actualidad y en nuestra isla, Ciudad del Carmen, Campeche, lo podemos también
señalar o sospechar en el ámbito petrolero, toda vez de cuantos casos no conocemos
de personas de origen humilde que de repente se convierten en magnates y, el
rumor, esa subjetividad que tanto nos identifica y que forma parte de nuestra
idiosincrasia, de inmediato los liga con fulano o sotano funcionario de PEMEX o de alguna empresa con contratos
multimillonarios.
Pero volviendo a lo nacional, es de
la vox populi el caso de diversos millonarios como Carlos Slim o Ricardo
Salinas Priego, que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se
convirtieron el poderosos hombres de negocios, llegándose a convertir, el
primero, en el mas rico del mundo, según la revista Forbes, y el segundo, en
uno de los más ricos del país y también incluido en los de mayor riqueza de la
aldea global.
Se da la dupla en la generación de lo que el rumor señala, son
fortunas creadas al amparo de sexenios específicos. La gente sospecha, supone
y, generalmente los murmullos terminan siendo certezas adivinatorias. Concluyo
con el adagio popular que dice: “no hay riqueza bien habida” y, el otro que
señala contundente, “tres cosas no se pueden ocultar: el amor, el dinero mal
habido y las ganas de ir al baño”.
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