En no
pocos estados del país llegamos al siglo XXI sin haber dejado del todo el siglo
XIX. Uno de ellos es Nuevo León.El neoliberalismo que hoy se practica en Nuevo
León, donde un club de ricos determina la política y en buena medida la vida
social, anulando las diversas autonomías que caracterizan a la democracia,
muestra continuidades insospechadas con la elite que controlaba la política y
la economía, donde destacaban los nombres extranjeros. A ello siguió, en las
dos últimas décadas del XIX, el despunte de un rápido proceso industrial.
Fundada en 1900, la industria insignia que haría de
Monterrey la primera ciudad industrializada de América Latina fue la Fundidora
de Fierro y Acero de Monterrey. Los accionistas que aportaron 85 del capital,
dice Javier Rojas, eran 15 –los principales eran extranjeros: Antonio
Basagoiti, León Signoret, Patricio Milmo, Eugenio Kelly, Tomás H. Kelly,
Tomás Mendirichaga, Vicente Ferrara, José Negrete, Valentín Rivero, Miguel
Ferrara, Manuel Iglesias, Isaac Garza, Francisco Belden, Daniel Milmo y Antonio
Ferrara. Los 10 millones que supuso la inversión eran equivalentes a 85 por
ciento de todas las inversiones industriales en los últimos tres lustros.
Los líderes de esas familias –el 1 del 1 cuando
Monterrey tenía 100 mil habitantes– se entendían con Porfirio Díaz por conducto
del general Reyes respecto a lo fundamental de la economía y la política. Si
había opositores o trabajadores del campo y la ciudad que se inconformaran con
las políticas derivadas del fruto de esos arreglos, la represión era la vía de
neutralizarlos, obligarlos al exilio o, cuando insistían, eliminarlos como
ocurrió en la jornada electoral de 1903 (un famoso 2 de abril), sobre la cual
escribieron para denunciar los hechos sangrientos Adolfo Duclos Salinas y
Ricardo Flores Magón. La revolución empezaba a gestarse.
En el curso de dos décadas, luego del triunfo
revolucionario, la familia Garza Sada logró acaudillar al grupo de empresarios
que decidía la vida del estado. En cuanto las autoridades laborales emitieron
un laudo favorable a un grupo sindical independiente, se dispusieron a combatir
al gobierno de Lázaro Cárdenas. Socialismo puro, clamaban. El 29 de julio se
produjo otra matanza. Los obreros pusieron las víctimas y los empresarios la
impunidad. El mutualismo reciclado del siglo XIX se impuso sobre el nuevo
sindicalismo, que pronto pasó a ser clientela del Estado-partido, y después del
mejor postor.Don Fidel (Velázquez) merece que le levanten muchas estatuas,
declaró el extinto presidente de Alfa, Bernardo Garza Sada.
Hasta la muerte de Eugenio Garza Sada, en 1973, la
hegemonía de su familia emparentada con otras pocas se mantuvo gracias, sobre
todo, a un arreglo como el que tenían sus antepasados con Díaz. Era en ambos
momentos un liberalismo protegido, favorable a los inversionistas y en
perjuicio de trabajadores y consumidores. Pero con ciertas acotaciones –es
justo decirlo– que desde los años 80, con la ola neoliberal, empezaron a
desaparecer.
Banobras, primero, y Ficorca, Fobaproa e Ipab
después, demostraron, tras rescates que empobrecieron a la mayoría, que los
empresarios regiomontanos cerraban ya el ciclo:padres emprendedores, hijos
administradores y nietos derrochadores. Pésimos para administrar empresas, pero
buenos políticos. Su arreglo con los presidentes mexicanos (De la Madrid,
Salinas y Zedillo, así como antes López Portillo, a quien dejaron hablando solo
después de apilarles millones en sus bóvedas) les permitió volver a su
distintivo : el Estado es un mal administrador. En buena medida tenían razón:
lo ha dirigido una caterva de individuos rapaces y dotados de una gran largueza
para entregar las riquezas comunitarias.
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