
De similar manera a como los políticos locales no
filtran como es debido lo que se les envía con arrestos impositivos desde
fuera, tampoco atienden algo más crucial y urgente: el clamor y las necesidades
de la gente común. Quedan, por tanto, a merced de los mandatos, de los rituales
y valoraciones acordadas por las plutocracias centrales y sus conexiones en el
interior. Es aquí donde entra en auxilio, con toda eficacia, el complejo
aparato de convencimiento que esos núcleos de influencia han ensamblado para
servir a sus masivos intereses. Se llega así a formar densos grupos hegemónicos
que acumulan para su propio beneficio la inmensa porción de la riqueza
planetaria. Ese manojo de personas, convertido en rala élite de mandones que,
por la misma concentración de capitales amasados, influyen, condicionan y, sin
duda, pervierten las instituciones y la vida democrática para ponerlas a su
exclusivo servicio. Al parecer, no hay escapatoria a tan tenebroso contexto, al
menos en las presentes circunstancias. Menos aún si no se trabaja de manera
constante y detallada en expandir la conciencia sobre los condicionamientos
externos. La misma gratuidad de una publicación como Time
Internacional, elevando al presidente Peña Nieto a la categoría de
salvador de México, debería introducir un caudal de dudas y poner sobre aviso a
cualquiera, más todavía a la élite decisoria mexicana. Similar tratamiento y
atención debería darse a la reciente categoría de inversión A que esta
economía, tan golpeada en estos años pasados, ha recibido de la calificadora
Moody’s. No hay que olvidar que esta clase de calificadoras trasnacionales son
controladas por los famosos fondos de inversión, esos que manejan inmensos
recursos en búsqueda desaforada de utilidades.

Todo lo anterior podría muy bien ignorarse en sus
partes medulares. Pero el desconocimiento que muestran respecto de las
necesidades y urgencias de los de abajo que, aunque no lo acepten del todo,
también son sus coterráneos, les quita todo sustento. Los políticos de la élite
nacional flotan sin otro asidero que el dado por una ligera, defectuosa,
esquemática formalidad legal y las ataduras de un ritual costumbrista ya
anquilosado y endeble que requiere, además, el apoyo de grandes dosis de
propaganda mediática para ser aceptado, aunque sea a regañadientes. Los referentes
populares han sido, entonces, desconectados del discurso político oficialista.
Es una especie de ilusionismo de poder, clasista en su mera médula, que no
pretende siquiera establecer contacto alguno con las prioridades que dicen, que
alegan, querer y defender para beneficiar a las mayorías nacionales. En este
pastoso y nublado ambiente ejerce su labor esta rala élite que apenas alcanza
el mote de gerentes políticos. No absorben culpa alguna por su evidente y
probado desprestigio que roza linderos peligrosos. Desfilan, más orondos cuan
torpes, por el escenario del quehacer público sin otra mira que calmar sus
incontenibles pulsiones de reconocimiento. Y son ellos, en concreto, los que
solicitan, cada determinado tiempo, la atención y el favor del voto popular.