
Cuesta
trabajo creer en la sinceridad de los autollamados “ defensores de los toros ”,
cuando, además de lo señalado anteriormente, no vemos ninguna
inconformidad ante las torturas de que son objetos los animales en los circos
en su adiestramiento y cuando salen a la pista; tampoco manifiestan su amor a
la fauna animal que se encuentra hacinada, mal alimentada, en verdaderos
muladares y muriendo de estrés y tristeza ante el encierro que representa las
cárceles de los zoológicos, el de la isla es a mejor divisa que podríamos
ejemplificar y, para rematar , tampoco dan muestras de preocupación, mucho
menos se ocupan de la devastación de la flora y fauna que habitaban en el
estero de la caleta, sitio que sirve de fosa séptica y basurero para miles de
personas, empresas y compañías asentadas en sus alrededores.
No
pretendo a que compartan o defiendan el gusto por las corridas de toros, al
contrario, como dijo el benemérito de las Américas, Benito Juárez,” tanto en
las naciones como en los individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz”, y
creo que tienen toda
la libertad de manifestarse ordenadamente partiendo del hecho que son personas
impetuosas , al igual que los taurinos, mas vivimos en un en un país en que no
se debe de perseguir a nadie por sus ideas, tendencias o creencias. Como señala
la cita apócrifa de Voltaire: “no comparto lo que dices, pero defenderé hasta
la muerte tu derecho a decirlo”. Por ello, todos nos merecemos respeto,
tolerancia y comprensión.

Por
otro lado, los detractores de la fiesta brava niegan que sea arte o cultura.
Sin duda, tienen un concepto muy idealizado y aséptico de lo que significan
estas dos palabras. Cualquiera que haya deambulado algo por las creaciones
humanas y por las realidades antropológicas, se ha topado, no ya con lo
violento, sino con lo cruel, lo monstruoso y lo abominable. Faltaría espacio
para señalar las manifestaciones taurinas en la música, la escultura, la
poesía, la pintura, la fotografía, por citar algunas,
eso, se los dejo de tarea y comparto lo que Señala
acertadamente el prolifero animalista Jacques-Yves
Cousteau en el sentido de que “ solo cuando el hombre haya superado a la muerte
y lo imprevisible no exista, morirá la fiesta de los toros y se perderá en el
reino de la utopía; y el dios mitológico reencarnado en toro de lidia,
derramara vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre matadero de
reses”.

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