martes, 10 de marzo de 2015

CARTA A MI PADRE, DON GUILLERMO PADILLA GONZALEZ

Unos dicen que los muertos, muertos están y hay que dejar de pensar en ellos para dejarlos descansar lo que origina la pregunta: ¿Los muertos descansan? Yo opino distinto. Mientras exista alguien que piense en ellos, aún permanecen vivos en la mente y en el corazón de quien lo recuerda. Lo mismo me pasa contigo mi entrañable Padre. Ya han pasado más de treinta años de tu repentino e inesperado fallecimiento y todavía te tengo tan presente, me haces falta, te añoro y me entristece no haber disfrutado de tu presencia unos años más. Tal vez nada tenías que pagar pero con tu partida, hiciste un mejor Cielo o como se le llame al lugar donde reposar las almas buenas y, mi universo quedó incompleto y esta ves para siempre.

Un 15 de Marzo de 1983, alrededor de las doce del día, entregaste tu alma al creador y aunque en ocasiones me entran ideas agnósticas, seguro estoy, tu espíritu me acompaña y a mi lado ha estado en todo momento. Haz compartido lo bueno y lo malo de mi vida; mis errores y aciertos, mis defectos y posibles virtudes y lo anterior no lo pienso por un arrebato de locura sino porque tu permanente presencia en mis sueños, en los lugares que compartimos, los momentos que vivimos y que no olvido, así lo confirman.

Ya ahora reposas en la casa de Dios, católico fuiste y en ese lugar, a diario y en todo momento recibes oraciones. Aún recuerdo el último Diciembre que viviste en este mundo profano, cuando juntos fuimos de la mano a escuchar la misa de gallo. Mi Madre quien sabe cómo se enteró pero apenas llegue al hogar materno, con ojos de dulzura y también de picardía me comento: “ahora entiendo porque sentí que tembló, si fuiste con tu Padre a la Iglesia”. El recuerdo de ese día nubla mis ojos y entristece mi corazón.

Mi parte informativo de todos estos años creo que es favorable aunque tú mejor que nadie lo conoce y comprende. Mis hermanos Gabriel y Luis Javier, son seres humanos como todos, que te heredaron el amor al trabajo honrado,  tu vocación por fomentar el deporte, el tenderle la mano al amigo cuando más lo necesita pero sobre todo, el inmenso amor por esta tierra bendita que tanto le ha dado a quienes tuvimos la fortuna de nacer aquí y, también a aquellos peregrinos, tal cual fue tu caso, que la adoptaron como suya, adquirieron un sentimiento de pertenencia al defenderla como pocos.

Partiste cuando más falta me hacías Padre y en ocasiones dudo si estarías orgulloso de mí como yo lo estoy de ti, mas mi conciencia tranquila se siente y nunca le he causado algún daño a alguien de forma deliberada. Lleno estoy de fallas y equivocaciones he cometido a granel. He desviado el camino correcto porque he optado por el fácil, por el que no requiere de sacrificio o entrega pero, con tu ayuda, la del creador, la de mi esposa, tu nuera, May, a quien conociste siendo una niña y antes que yo, estoy rectificando y procurando ser una mejor persona, libre de vicios en mi cuerpo, libre de fantasmas en mi mente. Ahí la llevo y no pienso dar marcha atrás ni para agarrar impulso.

Guillermo Padilla González, don Memo, como te decían respetuosamente quienes te trataron o conocieron, justo es mencionar que fuiste un hombre que mucho aportó a nuestra comunidad en diversas facetas; tus gestiones para tener un Carmen mejor; la férrea defensa que siempre hiciste por proteger los intereses genuinos de personas y organismos en los que tuviste injerencia; el permanente apoyo y promoción al deporte desde tu llegada física a la Isla y hasta tu último aliento y la dotación a la Isla de la imagen de la Televisión, son botones de tu fructífera vida, el espacio me sería corto para enumerarlas todas.

Don Memo, Padre, amigo, maestro, todavía existen personas que te recuerdan y me trasmiten situaciones en la que les cambiaste la vida para bien y me lleno de orgullo al escucharlos. Ten la plena seguridad que no obstante lo disfuncional que fue nuestra relación, tu recuerdo permanece en un monumento imaginario de mi corazón. No hay nada que de pauta a la recriminación, como adulto que ya soy, te comprendo, te extraño y te lloro. Descansa en paz amado Padre y recibe en todo momento el amor a través del recuerdo de mi Madre, mis hijos, hermanos y tu nuera. Hasta que el destino nos vuelva a reencontrar, presente vivirás en mi mente. Que mi amor te alcance en el camino y justo ahora, en la madurez de mi vida, en la plenitud de mi amor por ti, sirvan estas líneas para honrarte y decirte que nunca serás flor, eres árbol frondoso que a los míos le da sombra y tranquilidad.


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