martes, 21 de febrero de 2012

El liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas


La transición democrática desde la perspectiva de la construcción del Partido de la Revolución Democrática (PRD) por parte de un protagonista central, que puso en juego comodidades y privilegios para retar al PRI. Afortunadamente, el desafío rebasó con mucho los límites de un partido oficial, que ya era algo menos que un instrumento en manos del presidente de la República en turno, y en lugar de una reforma, lo que precipitó la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y de Porfirio Muñoz Ledo fue una fructífera escisión. La Corriente Democrática que se formó en torno a la identidad cardenista se convirtió en el eje de una organización política independiente, cuya aparición fue decisiva para la transformación institucional del sistema político.
Tanto Cuauhtémoc Cárdenas como el PRD –que nació en 1989– fueron pilares del proceso de transición, que según él comenzó con la severa crisis económica de diciembre de 1994, aunque yo disputaría esta fecha que resta importancia a 1988, que sería también el año de lanzamiento de lo que resultó ser para él una nueva carrera. Para las costumbres de la época Cárdenas era ya un político jubilable: había sido gobernador de su estado, senador, subsecretario. ¿A qué más podía aspirar, sino a un dulce retiro en las márgenes del PRI? No obstante, rechazó el camino fácil y optó por la vía de la resistencia. Cárdenas creció en este trayecto para convertirse en el líder moral de una propuesta restauradora de lo que muchos consideran las mejores tradiciones de la Revolución Mexicana, mientras que el partido se desarrolló como una institución que ha tenido un papel central en la articulación y el funcionamiento de nuestra maltratada democracia; también ha contribuido a la formación de un nuevo personal político, aunque el comportamiento de muchos de sus integrantes esté a leguas de distancia del ideal democrático, e incluso del estilo de Cárdenas, cuyas características personales más notables son, a mi manera de ver, la lealtad a sus ideales, la rectitud de miras, la honestidad, la cortesía y la prudencia. En pocas palabras, una cierta elegancia que echamos de menos en la vociferante oposición de políticos como Fernández Noroña, que no por ser más estridente es más efectivo.
 Inició su carrera a la sombra gigantesca de su padre y en el seno del PRI, pero que en la lucha por la democracia encontró su propio discurso y forjó un liderazgo personal que ya no necesita acogerse a la figura paterna para hacer valer sus posiciones. No hubo en este crecimiento una ruptura, y tampoco la denuncia de un legado que es, en última instancia, de todos los mexicanos. La evolución de Cuauhtémoc Cárdenas fue producto de su experiencia particular, del contexto que le impuso el México de finales del siglo XX, un país en el que se implantó el ideal democrático acompañado de la defensa del sufragio, de comicios libres y del pluralismo político. Temas todos estos que tuvieron muy sin cuidado al general. La lucha de Cuauhtémoc por la democracia ha sido distinta a la que emprendió su padre, aun cuando ésta haya sido el punto de partida.
 Por una parte, imprimió nuevo vigor al cardenismo, que más que un grupo político es para nosotros una identidad que se construye a partir de propósitos de largo plazo tales como la defensa de la soberanía, del Estado laico, de la responsabilidad social del Estado en el combate a la desigualdad. El cardenismo es una opción de gobierno, con la que podemos estar de acuerdo o no, pero es una poderosa referencia que forma la personalidad política de millones de mexicanos. La lucha de Cuauhtémoc Cárdenas ha enriquecido esta identidad con los ideales de la democracia electoral y el respeto al pluralismo político. También ha ejercido su liderazgo con responsabilidad, es por ello, que al unirse a la campaña de Andrés Manuel López Obrador, crece su estatura de estadista y abre la posibilidad de que su figura emblemática contribuya al triunfo de la izquierda el próximo 1 de julio.

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