Que era nuestra nación antes de la
Independencia? A estas alturas todos sabemos –o al menos todos intuimos–
que la historia es a la vez mito y espacio de pensamiento crítico. Esto se
debe, en parte, al doble sentido que tiene la palabra historia, que se
refiere a la vez a lo que sucedió, y a las formas en
que contamos lo que sucedió. O sea que la historia es a la vez una
serie infinita de pequeños y grandes hechos que en verdad transcurrieron, y una
serie de cuentos que contamos acerca de algunos de esos eventos (la mayor parte
de las cosas que sucedieron no se llegan a contar nunca).
La tensión entre lo que sucedió y
cómo se cuenta lo que sucedió hace que la investigación histórica –el esfuerzo
por documentar lo que sucedió– tenga siempre la capacidad de vulnerar los
cuentos que ya circulan sobre lo que sucedió. O sea que existe una tensión
inherente entre la investigación histórica y el mito histórico, y en general
entre la historia recibida y la investigación histórica. El mito histórico se
alimenta usualmente de la investigación, pero la investigación conlleva la
posibilidad de desestabilizar o de vulnerar al mito.
¿Qué tan bien parado está el mito de
la independencia de México, hoy, ante la investigación histórica que se ha
realizado en torno de la disolución del imperio español, y del nacimiento de la
República Mexicana?
Es una pregunta que se podría
responder de muchas formas, pero hoy, en conmemoración de la independencia, me
interesa discutir un solo tema: la identidad del pueblo y del territorio
mexicano. Hago de lado todo interés por revisar el heroísmo o la falta de
heroísmo de los líderes de la independencia, y tampoco siento mayor tentación
por identificar o calificar villanos o supuestos villanos de la historia. No me
parece demasiado interesante nada de eso en este momento. Me importa, en vez,
considerar una cuestión más fundamental: ¿Quién o qué fue el sujeto de la
independencia?
La pregunta parece sencilla: estamos
discutiendo el sentido histórico de la independencia de México (¿o no?), por lo
tanto, México tiene a fuerzas que ser el sujeto de esa historia. Sólo que
hoy sabemos que, antes de la independencia, no existía México tal
como se entiende hoy: México era el nombre de una ciudad y de un valle –también
de un arzobispado–, pero nada de eso se correspondía con el territorio que fue
identificado como propio de la República Mexicana al momento de la
independencia. De hecho, los próceres de la independencia como José María
Morelos y Miguel Hidalgo hablaban de la independencia de la América
septentrional, un territorio que se correspondería, vagamente, con el de la
Nueva España, que en ese entonces incluía la mayor parte de Centroamérica y posiblemente
también Cuba.
Decir que México no existía
como entidad previo a las guerras de independencia, y que por tanto no puede
haber sido el sujeto de la independencia puede parecer un poco necio (por no
decir académico): ¿importa acaso si el territorio se llamaba Nueva España
o México?
La pregunta es menos ociosa de lo que
parece, porque si no existía una unidad político-administrativa que se
identificara claramente como el sujeto de la independencia, sino que se hablaba
de una categoría vaga, como América septentrional, por ejemplo, podrían surgir
diferentes países del territorio emancipado, como de hecho sucedió. Así,
Centroamérica se separó de la República Mexicana casi de inmediato, y Cuba
nunca se incorporó. Por otra parte, hubo movimientos de independencia en varias
zonas, incluyendo Texas, Yucatán, Guadalajara, y Sonora, por ejemplo; y los
habitantes del territorio de Nuevo México optaron por identificarse como hispanos,
y no como mexicanos después de su incorporación a Estados Unidos. ¿Se
sentirían mexicanos los yucatecos en los albores de la independencia?
No mucho. ¿Los texanos? Tampoco tanto. Podían quizá identificarse con ese
territorio o pueblo, o no, según los términos y condiciones de incorporación a
la nueva república. Es decir, había que negociar la identidad, y negociar la
inclusión.
Más que haber sido el objeto
territorial imaginado de la independencia, se puede decir que el territorio
mexicano nació con la independencia, y que no existía de manera clara con
anterioridad, ni siquiera en las cabezas de los próceres.
Algo parecido se puede decir respecto
de la nación mexicana. ¿Existía la nación mexicana antes de las guerras de
independencia? (O, para no obsesionarnos tan sólo con México, ¿existía la
nación argentina antes de la independencia del Río de la Plata? ¿Existía la
nación peruana o la colombiana?)
Hasta hace pocos años, los
historiadores suponían que si que existía, pero suponían eso simplemente porque
su existencia era axiomática: era el presupuesto de la
palabra independencia, que supone la existencia de un sujeto
activo un pueblo que pasa de ser dependiente a
ser independiente. Además, los escritores escribían historia
patria y por lo tanto solían ser parte interesada en la idea de que la
nación mexicana antecedía la independencia.
Y, sin embargo, la investigación
histórica de las décadas recientes ha demostrado que en Hispanoamérica toda, la
independencia sucedió primero, y la identidad nacional se construyó después, y
a veces bastante trabajosamente. Hoy sabemos que durante buena parte del siglo
19 no había las comunicaciones necesarias –ni siquiera la unidad lingüística–
como para que los diferentes pobladores del territorio nacional se
identificaran el uno con el otro plenamente. ¿Se sentían mexicanos los mayas de
Yucatán en, digamos, 1850? La respuesta es que no mucho. ¿Se sentían mexicanos
los ladinos del Soconusco? Tampoco tanto. La identidad nacional estaba todavía
en franco proceso de construcción.
El recordatorio importa porque es una
demostración viva de la creatividad política que significó construir la
categoría de México, tanto como territorio como de nación. Hoy importa
recordar esa creatividad, porque se está necesitando algo parecido de nueva
cuenta: la integración estadunidense, la globalización y la necesidad de crear
un nuevo orden supranacional todo pide creatividad a nivel de la invención de
identidades políticas. Es, me parece, un buen momento para recordar
que México no siempre existió, sino que es el resultado de
muchísimo compromiso, y de mucho trabajo creativo.
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