sábado, 19 de mayo de 2012

ARMANDO CEBALLOS, PERIODISTA, ESCRITOR, CRONISTA Y AMIGO


La primera vez que lo vi, sería, cualquier día del verano del ya lejano 1989. Desayunaba en compañía de personas que mi memoria no grabó pero fue en el local que se llamaba “el chelo” franco, en clara alusión a su propietario, en la ya desaparecida calzada “Juan B. Caldera”, misma que se encontraba a un costado de la parroquia del Carmen. Era de mañana, el desayunaba y llegamos a su mesa Jesús Rodríguez Plasencia y un servidor. Mi tocayo fue el conducto para la presentación y ahí inicio una relación que espiritualmente nunca concluirá pero que físicamente ya no pudo continuar al desligarse de este mundo un 11 de noviembre del 2009. Desde el primer contacto hubo química en ambos, su agilidad mental, su humor sarcástico, su fina ironía  pero sobre todo, su mirada franca y sincera, hicieron que naciera la empatía con Armando Ceballos y Borjas.

Eran mis días estudiantiles en la facultad de derecho e iniciaba a laborar como mensajero, chofer, fotógrafo, camarógrafo, lector de boletines en la radio,  etcétera en la coordinación de comunicación social del gobierno municipal que presidia, dignamente, don Luis Roberto Silva Pérez, quien el don, para un servidor, lo tiene bien ganado por diversas razones que en esta columna, ahora, no vienen al caso.

Chucho Plasencia, como le decían al Lic. Jesús Rodríguez Plasencia fungía como coordinador del área de prensa. Ahí tuve la fortuna de conocer y apreciar a personas como Martin Rivero Padilla, profesor de instrucción primaria de oficio pero periodista y de los buenos, de corazón; al inolvidable periodista gráfico, Carlitos  Benedette, cuyo acervo fotográfico sería bueno rescatarlo o cuando menos saber en manos de quien quedó; también colaboraba ya desde ese entonces en el gobierno municipal, el hoy líder sindical, el siempre gentil Gustavo Arana y, no podría omitir a una persona cuya amistad y afecto se fue acrecentando con el paso de los años hasta hacerlo inquebrantable  , me refiero a la licenciada en pedagogía Mayté Pérez Rodríguez, quien mas que una eficiente, eficaz y discreta secretaria, fue nuestra amiga, confidente y solidaria compañera de trabajo. Un gran ser humano.

Creo no omitir ningún nombre y si es así, comprensible es y ofrezco una disculpa por mi omisión. A estos nombres se fueron agregando el de David Sosa Morales, Doriliam Martínez Montejo hasta que despertamos la suspicacia de la oficialía mayor, ente que se encargaba de la contratación y, además, ya generábamos desconfianzas y resquemores a más de uno de los cercanos colaboradores del presidente municipal, quien, creo suponer al paso de los años, veía mas con simpatía a nuestra oficina que con difidencia.

Armando Ceballos se unió al grupo y no obstante que fungía como editor del entonces periódico oficial “el nacional” , hoy ya desaparecido, su aportación al trabajo diario  en la coordinación era necesario, sobre todo, que Don Luis Roberto, tuvo demasiado fuego amigo durante su administración municipal aunado al “pecado” de ser de cuna humilde. Lo cual, los apellidos de “abolengo” y grupos económico-políticos de patio no le perdonaron.

Con el paso del tiempo, nació amistad con Armando. Juntos compartimos innumerables y hasta innombrables momentos que permanecerán siempre en mi memoria. Recorrimos juntos en más de una ocasión todas las comunidades del municipio, tomando en consideración que Candelaria y Escárcega formaban parte de la geografía carmelita o carmense, como siempre se aferraba Martin Rivero a señalar al municipio en los boletines, Armando entraba al quite y ceremonioso decía: “Jesús, como dice Martin es lo correcto pero como tú lo señalas, también”, lo cual provocaba la hilaridad de los presentes y concluíamos, “como dijo Echeverría, ni nos beneficia ni nos perjudica sino todo lo contrario”, y le poníamos como quisiéramos en ese instante.

Durante esos años, Armando y un servidor nos llegamos a conocer tan bien que bastaba una mirada para entender la señal o captar la intención. En las 1385 veces (cifra exacta y notariada)  que le rendimos culto al dios Baco, nuestras diferencias fueron menores que nuestras coincidencias, lo mismo ocurrió a lo largo de nuestra amistad. Ambos de carácter más visceral que flemático hacía obvio dicha situación que lejos de debilitar, fortaleció nuestros vínculos afectivos. Sin embargo, también sentí en él cierta admiración, sobre todo, por sus conocimientos de literatura. El me obsequió, entre muchos libros, la biografía de José Fouché de Stefan Swang; el hombre mediocre de José Ingenieros; el lobo estepario, cuyo autor es Herman Hesse, pero que me decía, se identificaba mucho con la obra. Coincidí con él.

En enero del año 1992, al ser designado como coordinador de comunicación social, tuve la oportunidad de proponerlo como sub coordinador y aunque el no quería ya que su apetito intelectual estaba más en los archivos que en las burocráticas oficinas, aún así fue fundamental su trabajo y experiencia para la también titánica labor de jefe de prensa del gobierno municipal que presidio José Jaber Rafful, titánica, pero por razones muy distintas a la anterior. Razones que me reservo por obviedad.

El nunca abandonó su vocación de historiador, ensayista, poeta y literato; pegado a la máquina de escribir, (de las antiguas ya que en aquel entonces no se contaba con computadoras y mucho menos con el internet, la modesta Olivetti y cuando más, un fax compartido para enviar la información generada a los medios de comunicación) y fumando incansablemente, Armando, disfrutaba, a su manera, la vida intensamente. El café bien cargado y la plática, a veces, las pocas, con tintes filosóficos, las más con tintes de antropología cultural, es decir, en el chismorreo que tanto placer da, sobre todo, cuando son de cuestiones ajenas.

¿Cómo olvidar las tertulias con el inmortal Lorenzo Octubre Macgregor y Héctor Vargas Mendoza, entre otros,  ya fuera en la cabina de la radio, en la redacción de crónica, en algún lujoso restaurante o en algún tugurio de mala muerte?   Donde degustamos desde un ostentoso coñac X O, envasado en cristal de vacará, hasta la mas modesta cerveza al tiempo y amarga. Que tiempos aquellos, parafraseando al poeta Pablo Neruda, “nosotros los de entonces, ya no somos los de ahora”. 

En sus últimos días de vida, en una ocasión que lo tuvieron que hospitalizar de emergencia debido a una de sus tantas dolencias tuve oportunidad de manifestarle mis sentimientos por él, dicho de hombre a hombre, él me contestó casi lo mismo y al salir de la habitación donde se encontraba, me dolió el presentimiento de su muerte, las lágrimas fueron inevitables, mismas que en su última morada se mantuvieron anudadas en la garganta.

Una tarde como hoy, once de noviembre, de hace un año, por algún motivo que aun me desconcierta, ore en silencio el padre nuestro, algo que pocas veces he hecho en mi vida. A los diez con quince minutos timbró mi celular, era la voz de la amiga periodista Karla Astudillo notificándome su sensible deceso. Armando acababa de fallecer. De inmediato me dirigí a las instalaciones del ministerio público, encontrándome con Karlita y con Héctor Vargas quien tuvo la puntada de sugerirme marcarle a Armando a su teléfono, negándome de inmediato, lo que generó tiempo después, la anécdota que no le quise marcar por temor a que me contestara. Humor fúnebre, típico de los tres.  

Armando Ceballos y Borjas fue un hombre que dejó huella perene en la tierra, como ser humano, su orgullo fueron sus hijos: Mariana, Liliana y Armando, a quienes dedico éstas sencillas pero sentidas líneas; en su pasión, la literatura, escribió una vasta obra, algunas ya publicadas y otras aún se conservan inéditas, ojalá alguna institución educativa, filantrópica o cultural se de a la tarea de editarlas y publicarlas, valen la pena. Y como lo dijo el poeta del rock folclórico mexicano, Alex Lora, “las piedras rodando se encuentran, y tú y yo algún día nos habremos de encontrar…” Hasta siempre Armando… Hasta siempre brother…







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