Según me enteré tiempo después, me
fueron a buscar a mi entonces centro laboral y les indicaron que me encontraba
fuera de la Ciudad, iban ustedes dos y Fabricio Pinal. Ni una duda tengo para
que la visita: tenían dinero, tiempo y ganas de gastarlo en algún bar más lo
que importaba era interactuar, ya habían pasado algunos meses sin hacerlo y la
debida actualización del derrotero de nuestras vidas, obligado y necesario era.
Siempre fue un gusto y se convertía en algún acontecimiento, departir con
ustedes, que alguna anécdota surgiría para la siguiente tertulia, lo cual no
ocurrió, la cual tampoco nunca llego más pendiente queda.
Era el año de 1996, los aspectos
laborales y económicos, inestables, como ocurre mayormente en mi vida, sin
embargo, me desempeñaba como asesor de la agrupación de sindicatos de
trabajadores (CTM) En la Isla y a veces timbraba la caja y en otras no, mas era
la única opción de estar cerca de lo que tanto me gusta y a lo que me he
dedicado casi siempre: el servicio público.
Desde ese espacio pude conocer un
poco las entrañas del sindicalismo mexicano y aprendí a personas que hasta el día de hoy, saludo
con afecto y gratitud por la oportunidad brindada, por su amistad y los
momentos que pasamos.
Me encontraba en la Ciudad de México,
el 24 de febrero, en la sede de la CTM, cerca del monumento de la Revolución,
se llevaría a cabo un congreso mas al que asistiría el entonces Presidente de
la República, Ernesto Zedillo y como anfitrión, El eterno Fidel Velázquez. Dada
las precarias condiciones económicas, el viaje se hizo en autobús y jure nunca
volver a hacerlo, juramento que he cumplido cabalmente. Nos instalamos en un
hotelito cercano y nos dirigimos a la plaza de Garibaldi, en donde varios
dirigentes locales y su servidor “cuereamos” varias botellas de licor y cual tal provincianos, así nos comportamos lo
que no pasó desapercibido para una de las muchas bandas de jóvenes malandros,
quienes aprovecharon la oportunidad y de no haber sido por la intervención de
Julio Cesar Chulines Carbonell, no
hubiera salido vivo del atraco del que fui objeto.
¿Quien iba a pensar que casi a la
misma hora, ustedes, Ruben y Miguel, se estaban matando en un trágico accidente
que enluto a todos quienes les conocimos, tratamos y quisimos? Cuando hice
cálculos de la hora de ambos hechos, creo que ustedes ya habían fallecido y
siempre te he imaginado, Ruben, con tu amplia sonrisa, tu gesto desfachatado y
tu noble corazón, abogando con el creador para que me permitiera seguir vivo y
dando lata en este mundo tan injusto en ocasiones y que nos llena de alegrías y
tristezas al llevarse a personas, como ustedes, quienes estaban en la mejor etapa
de su existencia. Así son sus misterios y no tenemos remedio para evitarlos.
Golpeado, sin dinero y sin mis gafas
para atemperar la miopía que me aqueja, volvi al hotel y muy temprano nos
dirigimos a la sede del evento, teníamos que estar tres horas antes por
cuestiones de logística del Estado Mayor Presidencial. Crudo, desmoralizado y
muy encabronado por mi novatada capitalina, me chute las más de cinco horas de
la liturgia cetemista y al regresar a la habitación, coincidentemente, timbro
el teléfono y escuche a la voz de mi suegra darme la impensada noticia: tu
amigo Ruben se mató en la madrugada. Enmudecí mas luego grite y llore no dando
crédito al comentario, sin embargo, al bajar del cuarto, me encontré a otros
paisanos quienes, igual de confundidos, que no es lo mismo que afligidos, me
confirmaron el terrible acontecimiento y las condiciones en que se dio.
De inmediato solicite quien me podía
hacer fuerte con el boleto de avión para retornar a la Isla y darles el último
adiós, encontrando la solidaridad y solo encontré vuelo hasta Villahermosa,
coincidentemente, en el mismo vuelo viajaban una hermana de cada uno de
ustedes. Ya en tierras Tabasqueñas, las esperaban una Suburban y habiendo
espacio, me incorpore al vehículo y llegamos al barrio del Jesus. Fue nuestra
amiga Lourdes Rodriguez quien me guio del brazo hasta donde estaba tu féretro y
no se apartó de mi hasta que el impacto aminoró.
A Miguelito lo velaron en la
funeraria y horas después, un grupo de amigos nos dirigimos para darle el
pésame a su familia y acompañarlo. Tu
casa, Rubén, estaba llena de conocidos, amigos y familiares pero en todos nos
identificaba un común denominador: El impacto demoledor del suceso.
Rubén y Miguel, nos causaron una gran
tristeza a todos. Como todos los humanos, con defectos y virtudes, errores y
aciertos, supieron ganarse la estimación y simpatía de quienes tuvimos el
privilegio de conocerles. El mundo ha seguido su rumbo, muchos ya les hacen compañía
y otros en cualquier momento lo podremos hacer, es la ley de la vida. Para
morir, hay que vivir. Seguro estoy que en paz descansan y, por esas cosas tan
extrañas de la vida, sus restos mortales, solo una tumba los separa. En su
XVIII aniversario luctuoso, les recuerdo vivos, sonrientes y siempre atentos
para brindarnos el quite en el momento preciso. Hasta la vista amigos.
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