La fiesta de
los toros es víctima de la incomprensión. Los que desaprueban de ella no entienden su sentido, ya sea por
ignorancia de su historia, necedad o simplemente por motivos de índole
emocional y toman la bandera de su defensa de los toros para llamar la atención
de sus semejantes y de esta forma, alimentar su dañada autoestima y sentir que
son animalistas, lo extraño de los antitaurinos es que casi en su totalidad son
carnívoros y conscientemente pretenden ignorar la forma en que destazan a las
vacas en los rastros públicos, importándoles únicamente, degustar el sabroso
corte fino, llámese new york, sirlons o la champaña de la carne, el rie bye,
desde luego que también queda el democrático bistek de hígado para los que su
bolsillo no les da para mas.
Cuesta trabajo
creer en la sinceridad de los autollamados “ defensores de los toros ”, cuando,
además de lo señalado anteriormente, no
vemos ninguna inconformidad ante las torturas de que son objetos los animales
en los circos en su adiestramiento y cuando salen a la pista; tampoco
manifiestan su amor a la fauna animal que se encuentra hacinada, mal
alimentada, en verdaderos muladares y muriendo de estrés y tristeza ante el
encierro que representa las cárceles de los zoológicos, el de la isla es a
mejor divisa que podríamos ejemplificar y, para rematar , tampoco dan muestras
de preocupación, mucho menos se ocupan de la devastación de la flora y fauna
que habitaban en el estero de la caleta,
sitio que sirve de fosa séptica y basurero para miles de personas, empresas y
compañías asentadas en sus alrededores.
No pretendo a
que compartan o defiendan el gusto por las corridas de toros, al contrario, como
dijo el benemérito de las Américas, Benito Juárez,” tanto en las naciones como
en los individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz”, y creo que tienen
toda la libertad de manifestarse ordenadamente partiendo del hecho que son
personas impetuosas , al igual que los taurinos, mas vivimos en un en un país
en que no se debe de perseguir a nadie por sus ideas, tendencias o creencias.
Como señala la cita apócrifa de Voltaire: “no comparto lo que dices, pero
defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Por ello, todos nos merecemos
respeto, tolerancia y comprensión.
Es pertinente
aclarar la errada afirmación de los taurófobos
que el torero y el aficionado sienten un elemental y primitivo placer
sádico en el sufrimiento del toro, que imaginan similar al suyo en el mismo trance. No va por ahí, los
animales (y los hombres entre ellos) sufren (sufrimos) de mil maneras y por las
más variadas razones y sinrazones. La fiesta de los toros es un rito y un
espectáculo en que se conserva toda la violencia de la vida. Es una tragedia en
que los actores mueren de verdad. Fuera de las plazas, los toros y los hombres
también mueren de verdad, pero esas matanzas solo las vemos de forma
sesgada en la televisión y por el universal mundo del internet, desde
luego, cuando queremos verla.
Por otro lado,
los detractores de la fiesta brava niegan que sea arte o cultura. Sin duda,
tienen un concepto muy idealizado y aséptico de lo que significan estas dos
palabras. Cualquiera que haya deambulado algo por las creaciones humanas y por
las realidades antropológicas, se ha topado, no ya con lo violento, sino con lo
cruel, lo monstruoso y lo abominable. Faltaría espacio para señalar las
manifestaciones taurinas en la música,
la escultura, la poesía, la pintura, la fotografía, por citar algunas, eso, se
los dejo de tarea y comparto lo que Señala acertadamente el prolifero animalista
Jacques-Yves Cousteau en el sentido de que “ solo cuando el hombre haya
superado a la muerte y lo imprevisible no exista, morirá la fiesta de los toros
y se perderá en el reino de la utopía; y el dios mitológico reencarnado en toro
de lidia, derramara vanamente su sangre en la alcantarilla de un lúgubre
matadero de reses”.
Para
finalizar, soy taurino a mucha honra y trato
día a día de entender esa lucha entre el hombre y la bestia que conlleva y me
zambulle a su sentido histórico y técnico, simbólico y
artístico de este ancestral rito en que se conserva toda la violencia de la
vida sometida a unas normas estrictas, a un riguroso protocolo y sin más animo
que el de dar mi punto de vista, comparto con usted, amable lector, las sabias
palabras del maestro Joaquín sabina, con las cuales me identifico,” sí fuera
animal, desde luego quisiera ser toro de lidia y no cabra ni cordero; es el
animal mejor tratado del mundo; es muy difícil explicar esto a los ecologistas
baratos”. Completamente de acuerdo con la lira de Sabina, sería un honor nacer,
crecer, reproducirme e incluso morir en una plaza de toros y no en la
inmundicia de un rastro público. Oleee!!!
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