Ahora que ha comenzado el
comercializado festejo a las Madrecitas Mexicanas en su día, no debemos olvidar
a la que es considerada la madre de todos los Mexicanos: la Virgen de Guadalupe
o Tonantzin como la llamaban y veneraban los pobladores del altiplano, en el
cerro del Tepeyac, hoy convertido en centro de veneración a la Virgen morenita
y en una de las principales sedes de multimillonarios ingresos, vía limosnas,
venta de imágenes, fritangas y toda clase de baratija a la que le atribuyan
poderes “milagrosos” o alguna vinculación con la guadalupana.
En nuestro país, desde pequeños
nos inducen psicológicamente la idea de que la virgen se apareció al indio Juan
Diego,( hoy ya convertido en santo sin que exista ninguna evidencia de su
existencia), en diciembre de 1531 y, según la leyenda, fabula o mito, por
instrucciones precisas de ella, en el
cerro de Tepeyac se construyo y con el paso de los años se ha convertido en el
principal centro de adoración de los mexicanos católicos con sus respectivos
actos que algunos llaman fe , dogmas, milagros y, otros, fanatismo,
charlatanería o sortilegios. Todo es según el cristal con el que se le mire y
el grado de sentido común, inteligencia o educación.
Sin embargo, para no seguir con
las lucubraciones de este incoherente y
convenenciero incrédulo , veamos que dicen estudiosos del tema, por ejemplo,
monseñor Guillermo Schulemburg, quien durante 33 años fungiera como abad ( es
decir, el mero, mero) de la Basílica de Guadalupe y quien siempre se mostro y
manifestó escéptico declarado ante el milagro de las rosas y, desde luego,
firme opositor a la canonización de Juan Diego con el alegato de que no existía
certidumbre mínima de que siquiera hubiera existido el hoy santo visionario.
Claro que para la muchedumbre, la opinión del tocayo del Príncipe de Gales le
viene valiendo lo mismo que si el Necaxa se fue a la división de ascenso o que el ayate milagroso es del tamaño de una
persona que debió medir cerca de tres metros, a fin de cuentas, la opinión de
los investigadores del tema, en todo caso, no les interesa, porque por inercia
y por mimetismo social se impone la creencia.
Así, el tema Guadalupano se ha
ido cargando de tantas connotaciones afectivas, que en México es imposible
abordarlo con la fría objetividad de la investigación histórica, porque toca lo
fundamental de un ser humano: su fe; el tema guadalupano tiene aspectos de
fruto prohibido y de tabú; Vicente Leñero
señala que “ hay por docenas trabajos, ensayos y estudios sobre la virgen de
Guadalupe, pero casi todos ellos carecen del rigor intelectual que el tema
amerita, y dictados con frecuencia por la pasión partidista o inscritos en el
ámbito de esa preocupación apologética que tiende a dogmatizar toda devoción
mariana…”
Otro detalle, la autentica Virgen
de Guadalupe no es mexicana, no, la más antigua veneración que se le haya hecho
a la Virgen en cuestión se da a finales del siglo doce en Guipúzcoa, país Vasco;
años después, en 1381, en la provincia de Jaén, España, se le venera como
patrona de la ciudad ya que según la tradición , fue descubierta por el
labrador, emulo de Juan Diego, realizándose desde entonces una romería que
concluye cada 8 de diciembre, es decir, 4 días antes de la nuestra. Que
coincidencia?
Pero volviendo al tema de su
veneración, que es la aparición en donde ordena al aborigen Juan diego la edificación de un templo en el
cerro del tepeyac, no resulta un poco dudoso que ni fray Juan de
Zumárraga, el obispo favorecido con el
milagro, ni fray Bartolomé de las Casas, ni vasco de Quiroga, ni Gerónimo de
mendieta, ni fray Toribio de Motolinia, ni Fray Bernandino de Sahagún, ni fray Pedro de Gante, ni fray Juan de
Torquemada, ni el escribiente de la conquista, Bernal Díaz del Castillo, caray,
ni Hernán Cortes, mencionarán sus apariciones y el milagro? Y no hay que
olvidar que todos ellos, en sus decenas de cartas a España, hacen referencias a
muy diversos aspectos de la religiosidad de los pobladores de las tierras
descubiertas. Qué extraño.
El milagro de las rosas responde
más a la necesidad de los españoles de colonizar, lo menos sangriento posible,
estas tierras en su codicioso afán de riquezas, oro y tierras fértiles, sin
olvidar, la mano de obra gratuita. Sirve también para aliviar la mala
consciencia de los invasores y de sus descendientes, existen cientos de
elementos científicos que demuestran que ni el tal milagro existió;, ni el
ayate tiene divinidad y, el origen de todo, el tal Juan Diego no existió. Amén.
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